Agotado por el trabajo, lo dejé en stand by y me dediqué a navegar por la red. Noté que estoy abriendo muchos videos de Youtube. No usaré Tik Tok, pero estoy en la misma movida. Yendo de aquí para allá, buscando entretenimiento y sin sostener la otrora disciplina en donde por lo menos debía leer 3 artículos en francés para recién mataperrear digitalmente. Noté eso y, cosas del destino, ya sea por una recomendación de Youtube o porque entré a Facebook para buscar una cosa, me encontré con la producción de dos escritores a los que admiro.
El uno es Ezequiel Fernández Moores, periodista
deportivo argentino. El otro es, ustedes ya lo conocen, Rodrigo Núñez Carvalho,
el autor de Sueños Bárbaros, un libro de casi 500 páginas y que me lo leí en
semana y un día. A Ezequiel lo leí cuando su columna era incluida en el diario
El Comercio hace unos años. Y me acuerdo perfectamente de cómo su artículo
sobre Johan Cruyff me influyó en un momento de mi vida en la que buscaba
respuestas y agilidad en el pensamiento. Releí aquel viejo artículo en donde el
holandés responde a la pregunta de su opinión sobre Messi: “debe aprender
inglés”. En donde dice que como holandés, un país pequeño en medio de las
potencias europeas, se debería ser más inteligente que los otros.
Esa entrevista me gustó bastante y por eso
cuando tuve la oportunidad, me descargué la autobiografía de Cruyff en inglés.
No recuerdo mucho de aquel libro, la verdad. Quizá porque en ese momento estaba
más interesado en leer en inglés, en habituar a mi cerebro a eso, que en realidad
comprender las cosas. O tal vez no me llamó la atención porque no tenía la
pluma buena que Fernández sí posee.
El otro artículo era un post en su muro. Era
sobre el fotógrafo de ascendencia japonesa y huamanguina que le tomó la foto a
Vargas Llosa cuando se planteaba el márketing para Conversación en La Catedral.
Ahí Núñez con su particular estilo habla de su vecindad barranquina con aquel
fotógrafo, Félix Nakamura.
Es bello cómo la contextualización de la
historia, la manera en Núñez la construye accedemos a los entretelones de la
vida de un joven que ingresa a la vida universitaria, la sanmarquina, allá por
los 50’s del siglo pasado. Y cómo con eso logramos captar un poco la forma en
que se manejaban las cosas, tales como los ingresos a la universidad con exámenes
orales, la presencia de Raúl Porras Barrenechea (de la cual Núñez se confiesa
un estudioso y de esa vida ya hemos gozado en algunas páginas del semanario de
Hildebrandt) como baluarte de cultura en la vida intelectual de su tiempo y,
tal vez la más entrañable, el encuentro de Nakamura con Porras Barrenechea en
una agitada Navidad de aquel entonces.
Leer esa parte me devolvió a mis propios vagabundeos
por el Centro de Lima, en donde en una fecha parecida (era el 31 de diciembre
del 2015), no me encontré a un intelectual, pero sí a un importante de la
movida musical: Iván Cruz, quien con sus dedos ensortijados me recibió el
saludo cuando hacía cola en el Banco de la Nación de Jr. Lampa.
Los vasos comunicantes entre estas dos lecturas
que tuve fueron la pausa, la reflexión, cuando tocaba, pero también la
caracterización de los personajes y las emociones en la descripción al momento
de la reconstrucción de una historia, que fue el caso de Núñez. Recordé como
una sensación que el libro que actualmente leo; no obstante, con historias bien
construidas, tiene otro ritmo, es veloz, los acontecimientos ocurren uno tras
otro. Es más, el libro actual, sobre el continuo de la historia que sobre la utilización
de la belleza para sintetizar ciertos momentos.
No lo sé, me fue inevitable pensar en eso y me
agradó. Me gustó tener acceso a ese tipo de lectura en donde el ritmo te pausa
y lo que lees es una exigencia intelectual (como juzgó un periodista sobre
Ezequiel), pero también hay decoro y profundidad emocional en los pasajes de lo
que se cuenta. Me gustan, entonces, ambas rítmicas, ambas “personalidades” de
lo escrito. Y quizá lo sentí así por la deriva de las emociones en la que me
encontraba. Una vez más, las letras como mis aliadas.
02-04-2025