Debería despegar los ojos de mi
libro, pero está tan interesante la lectura que persisto[1].
El carro, este alimentador de la ruta 11 del Metropolitano, ha dejado a medio
mundo fuera para donde ya estamos. Donde
ya estamos, o sea, aproximándonos a la cancha conocida como el Cupa de La
Balanza, es donde suelo ver este lugar como lo vi por primera vez: allá en sus
partes altas, tres años atrás, con oníricas imágenes de aves libres en los
soportes de los muros de los barrios. Han sido muchas las veces que volví a
entrar. Muchas las veces que no le presté atención a eso, pero esta vez, quizá
por venir después de buen tiempo, volví a mirar siguiendo esa especie de
ritual. Vi y me quedé sorprendido. Estamos en agosto, he venido por estas
mismas épocas antes, y me quedé maravillado. ¡Los cerros estaban revestidos de un húmedo tapiz verde! ¡La
neblina jugueteaba con las puntas de los cerros y, bajo ellas, esa alfombra
verduzca como queriendo enamorar ataviada de sabor a selva! Me quedé
impresionado y bajé del carro ya con otras intenciones en mi mente. Lo
programado ante la reunión prevista, a la que llegaba tarde por 20 minutos, se
me esfumaba ante el verdor.
II
¿Tanto trámite para venir por
apenas 10 min? Bueno, yo había cometido el error, pero también la otra parte…
No seguiré. Como otros son mis objetivos, fui a buscar a uno de los más más de
La Balanza: Jorge Rodríguez. “Ojalá esté”,
me dije para mis adentros, sabedor de que a veces este padre de Fiteca[2]
tiene la agenda apretada y suele viajar. Bueno, ni modo. Me dirigí a su casa y
llamé a un amigo, psicólogo del barrio, para también conversar por si no salía
lo de Jorge. Al final, ambas cosas salieron y mi amigo también se dio cita en
la casa de…
III
Como muchas veces suele ocurrir, Jorge me abrió la puerta de su casa y
me invitó a entrar. Lo hizo tras 10 segundos de conversación en su puerta.
Pero se decidió como si entrar a su casa viniera bien tanto para él, como para
mí y para la visita.
Entré y había un hombre alto,
moreno y de mano fuerte al saludar. Se paró y me dijo: ¿Oye, no nos conocemos?
Bueno, quizá, dije yo, pensando que era brasileño o algo por el estilo.
Al final, había sido del barrio,
amigo de la infancia de Jorge. Roberto se llamaba, un tipo A1 que, contando de
sus muchos amoríos, me recordó a un tío mío. Sus piernas largas se extendían en
medio de la mayólica del piso. Y Jorge, sentado en el tercer mueble lo oía,
platicaba conmigo. Se formó la charla.
Los temas que se tocaron fueron varios. Yo me estaba adaptando
al ambiente y los oía. Les escuchaba cosas como la violencia, el consumismo,
las posesiones, etc. De la nada, el
hombre del barrio cuenta que es un tipo humanista, que no pasa la violencia,
que no comprende que un primo suyo se las agarre con los venezolanos solo para
pasar por alto su pésima calidad de vida (aunque onerosa, lucida). Reproducía
las palabras de su familiar con tantos detalles que revelaban a una persona
irracionalmente agresiva. Lo interesante fue cuando dijo: “yo voy a hablar con
mi primo. Le voy a decir no te conozco, compare. ¿Estás confundido? ¿Yo no te
conocí así? ¿Por qué hablas tantas huev…?”.
Para entonces, había mencionado,
con ese castellano que contiene años y años del idioma inglés por sus años en
Gringolandia, que tenía una pistola en su casa. “Sí, tengo una pistola. Pero me siento incómodo con ella en casa. O
sea, me gusta disparar. Me gusta la sensación cuando disparo. Y disparo
bien, ¿eh? Solo que tenerla en casa… Hay veces que me dicen: oye, pero cárgala.
¿Y si roban en tu casa? ¡Pero a mí que
me importa que entren! Si entran, yo le diré al ladrón: bueno, debes de estar
más desesperado que yo para venir por mis cosas, así que llévatelas y espero que
te hagan bien y reflexiones… Pero si el ladrón está fumado, bueno, solo me
agacharé y me cubriré la cabeza y diré: llévate todo. Es que… Yo soy como
Ghandi. Si me tiras un cachetadón, te doy la otra mejilla, pero para que me des
un puñete. ¿Me entiendes? Un puñete. Ahora, lo estamos escuchando…, ahora que “Mónica”
está embarazada no sé cómo reaccionar, ¿no? Es una nueva situación. No la he
pensado, pero… Pero bueno.
Llega la hermana de Jorge y se
empieza a platicar sobre los delincuentes, los robos. ¿El problema es el contexto en donde se mueven, la realidad, como lo
plantea Jorge, o el tema es de valores, de principios aprendidos por la
enseñanza de los padres, como plantea este morenazo y la hermana de Jorge? La
hermana cuenta:
-
Está el caso de ese hombre que vio a un pata
pegándole a una mujer y se metió. Lo abolló. Y el otro sacó su pistola y le
disparó. En el hospital, la familia del hombre escandalizada. Y el hombre de lo
más normal. Cuando le preguntaron él respondía: “Bueno, me dispararon. ¿Son
cosas de la vida, no? Pero yo no podía, no puedo soportar ver que le pegan a
alguien. Yo no soporto la injusticia.
Roberto se explaya. Es que los
delincuentes son delincuentes porque están resentidos con la sociedad. A ellos
les han quitado, les han pegado, los han violado: ¡Ellos están resentidos con
la sociedad!
Entonces yo me pongo a pensar en
que: ¿este tipo no será demasiado
comprensivo? Ok, le pasó algo muy feo a ese tío, pero: ¿y yo qué tengo que ver
con que haya caído en la mira de un ratero, de un violador, de un borracho?
¿Para quiénes son este tipo de posturas? ¿Para los muy serenos, para los muy
sabios? Es que es verdad, pero también es verdad que no todos estamos
preparados para reaccionar a estas situaciones. No sé si se me entiende…
IV
Es verdad que la plática está
buena. Es lo que siento. Así nomás no se habla con esta anchura, honestidad y
respeto. Yo no. No me muevo en tales espacios… Como si de un acto mecánico se tratara, aprovecho todo este ambiente
y saco un libro. ¡Justo en la página que quería! La “L”, o sea, cincuenta,
la misma que en el libro que tengo, El Tao Te Ching, señala al pasaje de El
arte de vivir, que es uno que me gusta mucho y que empieza…
Un camino de ida es la vida
Un camino de regreso es la muerte…
Se lo paso al moreno, prosigo
conversando con Jorge. Su padre ha llegado, un buen anciano (“rejuvenecido”,
dirán sus hijos), entrado en años y se sienta al costado del invitado. Mientras
converso con Jorge, veo cómo el moreno lee el pasaje. Vuelvo la mirada a Jorge
y lo escucho. Vuelvo los ojos y Roberto ha sacado un celular: “¿Lo habrá sacado
para wassapear o para tomar foto?”,
me digo. Y, en efecto, lo ha sacado para registrar la parte. El libro termina
en las manos de Jorge. También ha llegado mi amigo el psicólogo Daniel. Se sienta
a mi costado y Jorge lee, con su voz de artista…
Un
viaje de ida es la vida.
Un
viaje de regreso es la muerte.
Secuaces
de la vida hay tres entre diez.
Secuaces
de la muerte hay tres entre diez.
Hombres
que por anhelo de la vida
Mueven
la palanca de la muerte,
También
de estos hay tres entre diez.
¿Por
qué lo hacen?
Porque
quieren vivir intensamente la vida.
Siempre
he oído decir,
Que quien
conoce el arte de vivir
Se va
por el desierto
Sin evitar
rinocerontes y tigres.
Pasa
en medio de ejércitos sin coraza ni espada.
El
rinoceronte no tiene lugar para clavar su cuerno
Ni el
tigre donde hundir sus garras.
Las
armas no tienen filo para penetrar.
¿Por
qué razón?
Porque no existe en él lugar
mortal.
Hay quienes lo entienden y hay
quienes no. Yo lo entiendo con el corazón, así que no detallaré. Jorge comenta
que él es más del hacer, que por el “hacer” ha sacado buenas reflexiones. No
tengo ánimos de entrar en polémica sobre si importa más la vía empírica o la
teórica, creo que ambas se alimentan, pero proseguimos…
V
¿Cómo así aparecimos en el periodo pre-hispánico? No lo sé. Lo que
sí sé es que por 12 minutos aproximadamente Daniel se mandó con una exposición sobre el periodo incaico, las
invasiones, los modos de concebir el poder según los incas, las formas de
relación familiares, que resultó muy estimulante para alguien que, como yo,
no tenía mucho interés en ese periodo de tiempo. Igual, como se lo he
comentado, lanzó algunas apreciaciones que se condecían con su exposición
histórica; a saber: ¿cómo que genes incaicos, compa?
Igual, su exposición, digna de un
estimulante profesor, nos dejó satisfechos.
VI
Volvemos al tema de los robos. Pero esa vez mezclados con amor…
Estaba yo caminando con una holandesa, guapa, alta, por Barcelona cuando siento
que nos miran. Nos miran. Unos patas que nos quieren robar. Yo sé pues, yo he
tenido calle, yo he crecido acá. Me doy cuenta y… Caminamos, y los patas nos
siguen, nos siguen y. Estamos caminando y de la nada volteo y le digo: “Tú y yo podemos ser amigos”. Le
extiendo la mano. El pata se queda, pero me da la mano. Pero cuando saco la
mano, pues ya ha pasado el tiempo, el pata me la retiene: ¿De dónde eres tú…?
Roberto responde: ¿Yo? ¿Yo soy peruano? ¿Y tú? ¡Yo soy marroco![3]
Los nuevos dos amigos se despiden. Roberto le dice que a la próxima le aceptará
comprar hachís. Su nuevo amigo le avisa que por esta zona lo ubica, que tiene
de la buena.
Tiene otra. Estaba yo caminando
con una alemana, guapa, alta, también por Barcelona. Era de noche. En eso
aparecen unos patas, dos, tres. Nos empiezan a seguir. Veo la situación y le digo a mi compañera: cuando te diga corre,
corres. No importa qué pase, tú corres. ¿Ves esa tienda? Ahí me ves.
Seguimos caminando, uno de ellos está a unos pasos y le digo: ¡Eh! ¿Has visto a
mi hermano? ¡Ese tío para fumando! ¿Eh? ¡Lo has visto! Y el pata se sorprende.
Vuelve Roberto a la carga. ¿Eh, tú eres peruano? El ladrón responde: No, soy
marroco. ¡Hombre! Y empieza nuevamente la charla. ¿Y la chica? ¿Corrió? No,
para nada. Los chicos nos dijeron: eh… cuidado por esta zona, camaradas…
VII
El también campeón nacional de
boxeo en sus años mozos se ha retirado pues su madre le ha preparado el
almuerzo. Nos ha invitado, pero Jorge lo disuade: “No, somos varios, tu mamá
habrá cocinado para unos cuantos…”. Se retira Roberto y deja buena impresión.
Solos, Jorge, Daniel y yo, nos quedamos en su espaciosa, artística, sala.
Se empieza hablar del Fiteca, de
los problemas del barrio, de algunas ONG’s que vienen al barrio y pasan por
alto los procesos de trabajo que se viven acá, carajo. Llegamos nuevamente al
tema de la herencia de nuestros antepasados. Jorge habla de Cusco.
-
¿Tú sí has ido a Machu Picchu, no? –me pregunta.
-
Mmmm… A la plaza nomás he llegado.
-
¿Y tú? – le pregunta a Daniel.
-
Yo no he ido todavía.
Ohhh… Es otra energía, dirá
Jorge, un Jorge recargado. Y nos habla de un sueño. Dice cosas como que si fuera presidente haría obligatoria la
visita de los escolares a Machu Picchu. Daniel y yo nos miramos too’
emocionados. Para que aprendan. Los arquitectos.
¿Los arquitectos? Malla curricular, la
cambio. Obligatoria la visita a Machu Picchu. Para que sepan lo que se hizo…
¿cuánto? Aproximadamente 600 años antes…
08-08-18
Foto: Víctor Manuel Ramírez
[1]
Viajes con Herodoto, de Ryszard Kapuscinski.
[2]
Festival de Teatro de las Calles Abiertas de La Balanza, Comas.
[3]
Oriundo de Marruecos.