miércoles, 8 de agosto de 2018

Oigo a La Balanza




Debería despegar los ojos de mi libro, pero está tan interesante la lectura que persisto[1]. El carro, este alimentador de la ruta 11 del Metropolitano, ha dejado a medio mundo fuera para donde ya estamos. Donde ya estamos, o sea, aproximándonos a la cancha conocida como el Cupa de La Balanza, es donde suelo ver este lugar como lo vi por primera vez: allá en sus partes altas, tres años atrás, con oníricas imágenes de aves libres en los soportes de los muros de los barrios. Han sido muchas las veces que volví a entrar. Muchas las veces que no le presté atención a eso, pero esta vez, quizá por venir después de buen tiempo, volví a mirar siguiendo esa especie de ritual. Vi y me quedé sorprendido. Estamos en agosto, he venido por estas mismas épocas antes, y me quedé maravillado. ¡Los cerros estaban revestidos de un húmedo tapiz verde! ¡La neblina jugueteaba con las puntas de los cerros y, bajo ellas, esa alfombra verduzca como queriendo enamorar ataviada de sabor a selva! Me quedé impresionado y bajé del carro ya con otras intenciones en mi mente. Lo programado ante la reunión prevista, a la que llegaba tarde por 20 minutos, se me esfumaba ante el verdor.

II

¿Tanto trámite para venir por apenas 10 min? Bueno, yo había cometido el error, pero también la otra parte… No seguiré. Como otros son mis objetivos, fui a buscar a uno de los más más de La Balanza: Jorge Rodríguez. “Ojalá esté”, me dije para mis adentros, sabedor de que a veces este padre de Fiteca[2] tiene la agenda apretada y suele viajar. Bueno, ni modo. Me dirigí a su casa y llamé a un amigo, psicólogo del barrio, para también conversar por si no salía lo de Jorge. Al final, ambas cosas salieron y mi amigo también se dio cita en la casa de…

III

Como muchas veces suele ocurrir, Jorge me abrió la puerta de su casa y me invitó a entrar. Lo hizo tras 10 segundos de conversación en su puerta. Pero se decidió como si entrar a su casa viniera bien tanto para él, como para mí y para la visita.

Entré y había un hombre alto, moreno y de mano fuerte al saludar. Se paró y me dijo: ¿Oye, no nos conocemos? Bueno, quizá, dije yo, pensando que era brasileño o algo por el estilo.

Al final, había sido del barrio, amigo de la infancia de Jorge. Roberto se llamaba, un tipo A1 que, contando de sus muchos amoríos, me recordó a un tío mío. Sus piernas largas se extendían en medio de la mayólica del piso. Y Jorge, sentado en el tercer mueble lo oía, platicaba conmigo. Se formó la charla.

Los temas que se tocaron fueron varios. Yo me estaba adaptando al ambiente y los oía. Les escuchaba cosas como la violencia, el consumismo, las posesiones, etc. De la nada, el hombre del barrio cuenta que es un tipo humanista, que no pasa la violencia, que no comprende que un primo suyo se las agarre con los venezolanos solo para pasar por alto su pésima calidad de vida (aunque onerosa, lucida). Reproducía las palabras de su familiar con tantos detalles que revelaban a una persona irracionalmente agresiva. Lo interesante fue cuando dijo: “yo voy a hablar con mi primo. Le voy a decir no te conozco, compare. ¿Estás confundido? ¿Yo no te conocí así? ¿Por qué hablas tantas huev…?”.

Para entonces, había mencionado, con ese castellano que contiene años y años del idioma inglés por sus años en Gringolandia, que tenía una pistola en su casa. “Sí, tengo una pistola. Pero me siento incómodo con ella en casa. O sea, me gusta disparar. Me gusta la sensación cuando disparo. Y disparo bien, ¿eh? Solo que tenerla en casa… Hay veces que me dicen: oye, pero cárgala. ¿Y si roban en tu casa? ¡Pero a mí que me importa que entren! Si entran, yo le diré al ladrón: bueno, debes de estar más desesperado que yo para venir por mis cosas, así que llévatelas y espero que te hagan bien y reflexiones… Pero si el ladrón está fumado, bueno, solo me agacharé y me cubriré la cabeza y diré: llévate todo. Es que… Yo soy como Ghandi. Si me tiras un cachetadón, te doy la otra mejilla, pero para que me des un puñete. ¿Me entiendes? Un puñete. Ahora, lo estamos escuchando…, ahora que “Mónica” está embarazada no sé cómo reaccionar, ¿no? Es una nueva situación. No la he pensado, pero… Pero bueno.

Llega la hermana de Jorge y se empieza a platicar sobre los delincuentes, los robos. ¿El problema es el contexto en donde se mueven, la realidad, como lo plantea Jorge, o el tema es de valores, de principios aprendidos por la enseñanza de los padres, como plantea este morenazo y la hermana de Jorge? La hermana cuenta:

-          Está el caso de ese hombre que vio a un pata pegándole a una mujer y se metió. Lo abolló. Y el otro sacó su pistola y le disparó. En el hospital, la familia del hombre escandalizada. Y el hombre de lo más normal. Cuando le preguntaron él respondía: “Bueno, me dispararon. ¿Son cosas de la vida, no? Pero yo no podía, no puedo soportar ver que le pegan a alguien. Yo no soporto la injusticia.

Roberto se explaya. Es que los delincuentes son delincuentes porque están resentidos con la sociedad. A ellos les han quitado, les han pegado, los han violado: ¡Ellos están resentidos con la sociedad!

Entonces yo me pongo a pensar en que: ¿este tipo no será demasiado comprensivo? Ok, le pasó algo muy feo a ese tío, pero: ¿y yo qué tengo que ver con que haya caído en la mira de un ratero, de un violador, de un borracho? ¿Para quiénes son este tipo de posturas? ¿Para los muy serenos, para los muy sabios? Es que es verdad, pero también es verdad que no todos estamos preparados para reaccionar a estas situaciones. No sé si se me entiende…

IV

Es verdad que la plática está buena. Es lo que siento. Así nomás no se habla con esta anchura, honestidad y respeto. Yo no. No me muevo en tales espacios… Como si de un acto mecánico se tratara, aprovecho todo este ambiente y saco un libro. ¡Justo en la página que quería! La “L”, o sea, cincuenta, la misma que en el libro que tengo, El Tao Te Ching, señala al pasaje de El arte de vivir, que es uno que me gusta mucho y que empieza…

Un camino de ida es la vida
Un camino de regreso es la muerte…

Se lo paso al moreno, prosigo conversando con Jorge. Su padre ha llegado, un buen anciano (“rejuvenecido”, dirán sus hijos), entrado en años y se sienta al costado del invitado. Mientras converso con Jorge, veo cómo el moreno lee el pasaje. Vuelvo la mirada a Jorge y lo escucho. Vuelvo los ojos y Roberto ha sacado un celular: “¿Lo habrá sacado para wassapear o para tomar foto?”, me digo. Y, en efecto, lo ha sacado para registrar la parte. El libro termina en las manos de Jorge. También ha llegado mi amigo el psicólogo Daniel. Se sienta a mi costado y Jorge lee, con su voz de artista…

Un viaje de ida es la vida.
Un viaje de regreso es la muerte.
Secuaces de la vida hay tres entre diez.
Secuaces de la muerte hay tres entre diez.

Hombres que por anhelo de la vida
Mueven la palanca de la muerte,
También de estos hay tres entre diez.
¿Por qué lo hacen?
Porque quieren vivir intensamente la vida.

Siempre he oído decir,
Que quien conoce el arte de vivir
Se va por el desierto
Sin evitar rinocerontes y tigres.
Pasa en medio de ejércitos sin coraza ni espada.

El rinoceronte no tiene lugar para clavar su cuerno
Ni el tigre donde hundir sus garras.
Las armas no tienen filo para penetrar.
¿Por qué razón?
Porque no existe en él lugar mortal.

Hay quienes lo entienden y hay quienes no. Yo lo entiendo con el corazón, así que no detallaré. Jorge comenta que él es más del hacer, que por el “hacer” ha sacado buenas reflexiones. No tengo ánimos de entrar en polémica sobre si importa más la vía empírica o la teórica, creo que ambas se alimentan, pero proseguimos…

V

¿Cómo así aparecimos en el periodo pre-hispánico? No lo sé. Lo que sí sé es que por 12 minutos aproximadamente Daniel se mandó con una exposición sobre el periodo incaico, las invasiones, los modos de concebir el poder según los incas, las formas de relación familiares, que resultó muy estimulante para alguien que, como yo, no tenía mucho interés en ese periodo de tiempo. Igual, como se lo he comentado, lanzó algunas apreciaciones que se condecían con su exposición histórica; a saber: ¿cómo que genes incaicos, compa?

Igual, su exposición, digna de un estimulante profesor, nos dejó satisfechos.

VI

Volvemos al tema de los robos. Pero esa vez mezclados con amor… Estaba yo caminando con una holandesa, guapa, alta, por Barcelona cuando siento que nos miran. Nos miran. Unos patas que nos quieren robar. Yo sé pues, yo he tenido calle, yo he crecido acá. Me doy cuenta y… Caminamos, y los patas nos siguen, nos siguen y. Estamos caminando y de la nada volteo y le digo: “Tú y yo podemos ser amigos”. Le extiendo la mano. El pata se queda, pero me da la mano. Pero cuando saco la mano, pues ya ha pasado el tiempo, el pata me la retiene: ¿De dónde eres tú…? Roberto responde: ¿Yo? ¿Yo soy peruano? ¿Y tú? ¡Yo soy marroco![3] Los nuevos dos amigos se despiden. Roberto le dice que a la próxima le aceptará comprar hachís. Su nuevo amigo le avisa que por esta zona lo ubica, que tiene de la buena.

Tiene otra. Estaba yo caminando con una alemana, guapa, alta, también por Barcelona. Era de noche. En eso aparecen unos patas, dos, tres. Nos empiezan a seguir. Veo la situación y le digo a mi compañera: cuando te diga corre, corres. No importa qué pase, tú corres. ¿Ves esa tienda? Ahí me ves. Seguimos caminando, uno de ellos está a unos pasos y le digo: ¡Eh! ¿Has visto a mi hermano? ¡Ese tío para fumando! ¿Eh? ¡Lo has visto! Y el pata se sorprende. Vuelve Roberto a la carga. ¿Eh, tú eres peruano? El ladrón responde: No, soy marroco. ¡Hombre! Y empieza nuevamente la charla. ¿Y la chica? ¿Corrió? No, para nada. Los chicos nos dijeron: eh… cuidado por esta zona, camaradas…

VII

El también campeón nacional de boxeo en sus años mozos se ha retirado pues su madre le ha preparado el almuerzo. Nos ha invitado, pero Jorge lo disuade: “No, somos varios, tu mamá habrá cocinado para unos cuantos…”. Se retira Roberto y deja buena impresión. Solos, Jorge, Daniel y yo, nos quedamos en su espaciosa, artística, sala.

Se empieza hablar del Fiteca, de los problemas del barrio, de algunas ONG’s que vienen al barrio y pasan por alto los procesos de trabajo que se viven acá, carajo. Llegamos nuevamente al tema de la herencia de nuestros antepasados. Jorge habla de Cusco.

-          ¿Tú sí has ido a Machu Picchu, no? –me pregunta.
-          Mmmm… A la plaza nomás he llegado.
-          ¿Y tú? – le pregunta a Daniel.
-          Yo no he ido todavía.

Ohhh… Es otra energía, dirá Jorge, un Jorge recargado. Y nos habla de un sueño. Dice cosas como que si fuera presidente haría obligatoria la visita de los escolares a Machu Picchu. Daniel y yo nos miramos too’ emocionados. Para que aprendan. Los arquitectos. ¿Los arquitectos? Malla curricular, la cambio. Obligatoria la visita a Machu Picchu. Para que sepan lo que se hizo… ¿cuánto? Aproximadamente 600 años antes…


08-08-18

Foto: Víctor Manuel Ramírez




[1] Viajes con Herodoto, de Ryszard Kapuscinski.
[2] Festival de Teatro de las Calles Abiertas de La Balanza, Comas.
[3] Oriundo de Marruecos.