domingo, 18 de febrero de 2018

Mientras escojo limones


No sé qué relación hay entre que esté serio y lleve lentes, pero hoy amanecí particularmente serio y por eso no quise usar lentes para ir al mercado. Ah, ya la tengo. Como estaba serio y no quería hablar con nadie, usar lentes era la mejor forma de hacerme el loco. “¿Qué, pasabas por ahí? Ni cuenta, es que… dejé los lentes en casa”.

Pero ya la empresa fallaba pues, yendo al mercado por la vía de los pies, me encontré con el amigo de mi hermano que en one me saludó: “Oe qué fue…”. Yo no me pude controlar y de mi seriedad salió la gana tremenda por hacer el habla. Apenas duró unos segundos pero, ya solo, me decía: “¿Todo bien?”.



La falta de lentes viene a cuento pues cuando fui donde mis caseros de la fruta y la verdura, ubicados ellos en un pequeño mercadillo improvisado en lo que sería la cochera de una casa; ni bien me acercaba me daba cuenta de que no estaba mi casero de la fruta, hombre gordísimo, con sombrero de paja tirando para vaquero (mientras escribo esto me doy cuenta de que a la próxima le preguntaré por el porqué de ese sombrero) y con unos dedos enormes que parecen ollucos quemados. El hombre es marrón como yo y es de Jauja y siempre acostumbra sentarse a la vista de todos mientras lee un periódico y cuida sus frutas. Siempre que voy me saluda y yo, siguiendo mi ritual de cada fin de semana, primero compro la verdura. Él, a mis espaldas, camina hacia sus frutas y me pela una tuna que luego me convida. Yo degusto y pienso: “hoy le compro bastante”, cosa que hago, pero nunca compro tuna pues pienso que está muy cara aunque nunca haya preguntado el precio.

Pero hoy que llegué, mi casero no estaba. Lo primero que me vino a la mente fue: “La pucha se enfermó”. Pensé eso pues hace unas semanas su hija no fue a trabajar porque estaba mal y él en alguna ocasión cercana me había dicho que se sentía mal, que no sanaba. Esas frases contrastaban con su meditada alegría cuando hacía los cálculos del saldo de las frutas compradas. Cuando salía todo perfecto me decía, reflexionaba en voz alta: “Y eso que no terminé la primaria. Ahorita sería ingeniero…”.

Pero volvamos al asunto: él hoy día no estaba. Como dije líneas arriba, primero fui donde las frutas. Mientras recogía limones le pregunté a su hija:

-¿Y mi casero? ¿Ontá?

- Ah, mi papá… Se fue a hacer deporte. Le gusta el deporte…

- ¿Ah, sí? –“Habla bien”, pensaba-.

- Sí…Se ha ido a ver el fútbol. Le gusta ver el fútbol a mi papá.

“Ah… Ahora todo tiene sentido”. Yo lo imaginaba como hincha de Cristal no sé por qué. En pleno Alberto Gallardo.

-Pero se ha ido a su tierra, Le gusta ver el fútbol en su tierra…

Ahí si la miré con una sorpresa que solo fue suspendida por…

-A la primera capital del Perú…

-Jauja-le respondí a mi casero Óscar, el de las frutas.

Yo continué escogiendo los limones. Escogía los de contextura más tierna, esos que me dicen que tienen mucho jugo que ofrecer. En eso, aparece una señora que, como muchos, empezó a hacerse autoservicio.

-¿Tiene huacatay?

-Sí, mami –y el casero le extendió un largo ramo de la hierba que da gusto.

Y la señora comenzó a deshojarlo. Puso la ramita sobre las otras verduras, unas papas bien terrosas, y comenzó y comenzó. Su actividad llamó la atención del casero y de algunas compradoras.

-Uy, casera, ¿y eso?

-Ah… -dijo sin perder la concentración- es que en casa mucho desorden causan las ramas. Así que mejor aquí. Y además es como un me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere.

Su comentario hizo que los demás se maten me risa. Yo celebre con una sonrisa su creatividad. En tanto, seguía recogiendo mis limones. De pronto, la misma casera le dijo a Óscar:

-Casero, ¿esa verdura-no recuerdo a cuál se refería-tiene?

-Uyyyyy… noooo, caserita, no tengo.

-Ahh…-expresó con disgusto de quien se le pierde la oportunidad de hacer su comida mejor.

Pero no pasó ni un segundo para que con habilidad se le responda.

-Pero tengo esta otrita.

-No, no, no… -ya se iba.

Había que ganarla.

-Pero le consigo para mañana.

-¿Para mañana?

-Sí, para mañana.

-Ah, ya pues… Mañana entonces.

Ya se iba de veras cuando la conciencia le habló a Óscar.

-Uuuuy, no casera. Para mañana no, para el maaaartes. Para el martes sí tiene.

-¿Martes? No, mucho tiempo. Ya gracias, casero. Nos vemos.

Y se fue la casera.

Qué me habrá motivado a preguntar que

-¿Y por qué para mañana no casero?-pregunté recogiendo mis últimos limones.

-Ah es que los mayoristas se ponen a tomar, pues. Toma y toma.

Dios mío, tuve una epifanía. Comencé a recordar, aunque suene ridículo, mi lectura sobre la comercio ambulatorio durante los setenta en un mercado de Huaraz. Este era un libro que retrataba la cadena de producción de productos agrícolas y cómo las vendedoras ambulantes producían valor en dichos productos al agregarle ciertas transformaciones como el embolsado, la mezcla de verduras para la ensalada, la pela de algunos de aquellos, etc. La autora, una antropóloga norteamericana, también discutía el poder de los mayoristas, los cuales, al disponer del total del producto y del enlace con los productores campesinos, podían llegar a imponer, en desmedro de ambulantes y campesinos, sus  reglas del juego.

Con eso en mente y con muchas imágenes también, repregunté:

-¿Cómo que los mayoristas?

En realidad, yo quería preguntar por los que traían los productos hacia los grandes mercados. Los intermediarios. Ahí sí la imagen que tenía aumentaba en contenido.

-Los que venden pues…

Y en su lenguaje tan propio como un poco inexplicable, quizá porque la emoción me impidió escuchar con claridad (introducía ahí las experiencias sonoras que tengo algunos domingos por la noche cuando callo y escucho los conciertos de chicha que se pierden en medio de la oscuridad nocturna de la ciudad), Óscar decía que

-Se ponen a tomar y ponen su música y toman y toman y entonces al día siguiente ya trabajan por la tarde pues, entonces mejor maaaartes, porque el lunes ya están tomados. Toman ahí con la gente, en los pueblitos…

“Habla bieeen”, pensé y coloqué ya por inercia el último limón.

-¿En serio lo que dice?

-¡Serio pue!

-Uy casero… -río- ¿qué pasa con esa mano? Deme docito para… ¿cuánto? Ah, sí, para dos kilos.


18-02-18