No sé qué relación hay entre que
esté serio y lleve lentes, pero hoy amanecí particularmente serio y por eso no
quise usar lentes para ir al mercado. Ah, ya la tengo. Como estaba serio y no
quería hablar con nadie, usar lentes era la mejor forma de hacerme el loco.
“¿Qué, pasabas por ahí? Ni cuenta, es que… dejé los lentes en casa”.
Pero ya la empresa fallaba pues,
yendo al mercado por la vía de los pies, me encontré con el amigo de mi hermano
que en one me saludó: “Oe qué fue…”. Yo no me pude controlar y de mi seriedad
salió la gana tremenda por hacer el habla. Apenas duró unos segundos pero, ya
solo, me decía: “¿Todo bien?”.
La falta de lentes viene a cuento
pues cuando fui donde mis caseros de la fruta y la verdura, ubicados ellos en
un pequeño mercadillo improvisado en lo que sería la cochera de una casa; ni
bien me acercaba me daba cuenta de que no estaba mi casero de la fruta, hombre
gordísimo, con sombrero de paja tirando para vaquero (mientras escribo esto me
doy cuenta de que a la próxima le preguntaré por el porqué de ese sombrero) y
con unos dedos enormes que parecen ollucos quemados. El hombre es marrón como
yo y es de Jauja y siempre acostumbra sentarse a la vista de todos mientras lee
un periódico y cuida sus frutas. Siempre que voy me saluda y yo, siguiendo mi
ritual de cada fin de semana, primero compro la verdura. Él, a mis espaldas,
camina hacia sus frutas y me pela una tuna que luego me convida. Yo degusto y
pienso: “hoy le compro bastante”, cosa que hago, pero nunca compro tuna pues
pienso que está muy cara aunque nunca haya preguntado el precio.
Pero hoy que llegué, mi casero no
estaba. Lo primero que me vino a la mente fue: “La pucha se enfermó”. Pensé eso
pues hace unas semanas su hija no fue a trabajar porque estaba mal y él en
alguna ocasión cercana me había dicho que se sentía mal, que no sanaba. Esas
frases contrastaban con su meditada alegría cuando hacía los cálculos del saldo
de las frutas compradas. Cuando salía todo perfecto me decía, reflexionaba en
voz alta: “Y eso que no terminé la primaria. Ahorita sería ingeniero…”.
Pero volvamos al asunto: él hoy
día no estaba. Como dije líneas arriba, primero fui donde las frutas. Mientras
recogía limones le pregunté a su hija:
-¿Y mi casero? ¿Ontá?
- Ah, mi papá… Se fue a hacer
deporte. Le gusta el deporte…
- ¿Ah, sí? –“Habla bien”,
pensaba-.
- Sí…Se ha ido a ver el fútbol.
Le gusta ver el fútbol a mi papá.
“Ah… Ahora todo tiene sentido”.
Yo lo imaginaba como hincha de Cristal no sé por qué. En pleno Alberto Gallardo.
-Pero se ha ido a su tierra, Le
gusta ver el fútbol en su tierra…
Ahí si la miré con una sorpresa
que solo fue suspendida por…
-A la primera capital del Perú…
-Jauja-le respondí a mi casero
Óscar, el de las frutas.
Yo continué escogiendo los
limones. Escogía los de contextura más tierna, esos que me dicen que tienen
mucho jugo que ofrecer. En eso, aparece una señora que, como muchos, empezó a
hacerse autoservicio.
-¿Tiene huacatay?
-Sí, mami –y el casero le
extendió un largo ramo de la hierba que da gusto.
Y la señora comenzó a deshojarlo.
Puso la ramita sobre las otras verduras, unas papas bien terrosas, y comenzó y
comenzó. Su actividad llamó la atención del casero y de algunas compradoras.
-Uy, casera, ¿y eso?
-Ah… -dijo sin perder la
concentración- es que en casa mucho desorden causan las ramas. Así que mejor
aquí. Y además es como un me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere.
Su comentario hizo que los demás
se maten me risa. Yo celebre con una sonrisa su creatividad. En tanto, seguía
recogiendo mis limones. De pronto, la misma casera le dijo a Óscar:
-Casero, ¿esa verdura-no recuerdo
a cuál se refería-tiene?
-Uyyyyy… noooo, caserita, no
tengo.
-Ahh…-expresó con disgusto de
quien se le pierde la oportunidad de hacer su comida mejor.
Pero no pasó ni un segundo para
que con habilidad se le responda.
-Pero tengo esta otrita.
-No, no, no… -ya se iba.
Había que ganarla.
-Pero le consigo para mañana.
-¿Para mañana?
-Sí, para mañana.
-Ah, ya pues… Mañana entonces.
Ya se iba de veras cuando la
conciencia le habló a Óscar.
-Uuuuy, no casera. Para mañana
no, para el maaaartes. Para el martes sí tiene.
-¿Martes? No, mucho tiempo. Ya
gracias, casero. Nos vemos.
Y se fue la casera.
Qué me habrá motivado a preguntar
que
-¿Y por qué para mañana no
casero?-pregunté recogiendo mis últimos limones.
-Ah es que los mayoristas se
ponen a tomar, pues. Toma y toma.
Dios mío, tuve una epifanía.
Comencé a recordar, aunque suene ridículo, mi lectura sobre la comercio
ambulatorio durante los setenta en un mercado de Huaraz. Este era un libro que
retrataba la cadena de producción de productos agrícolas y cómo las vendedoras
ambulantes producían valor en dichos productos al agregarle ciertas
transformaciones como el embolsado, la mezcla de verduras para la ensalada, la
pela de algunos de aquellos, etc. La autora, una antropóloga norteamericana,
también discutía el poder de los mayoristas, los cuales, al disponer del total
del producto y del enlace con los productores campesinos, podían llegar a
imponer, en desmedro de ambulantes y campesinos, sus reglas del juego.
Con eso en mente y con muchas
imágenes también, repregunté:
-¿Cómo que los mayoristas?
En realidad, yo quería preguntar
por los que traían los productos hacia los grandes mercados. Los
intermediarios. Ahí sí la imagen que tenía aumentaba en contenido.
-Los que venden pues…
Y en su lenguaje tan propio como
un poco inexplicable, quizá porque la emoción me impidió escuchar con claridad
(introducía ahí las experiencias sonoras que tengo algunos domingos por la
noche cuando callo y escucho los conciertos de chicha que se pierden en medio
de la oscuridad nocturna de la ciudad), Óscar decía que
-Se ponen a tomar y ponen su
música y toman y toman y entonces al día siguiente ya trabajan por la tarde
pues, entonces mejor maaaartes, porque el lunes ya están tomados. Toman ahí con
la gente, en los pueblitos…
“Habla bieeen”, pensé y coloqué ya
por inercia el último limón.
-¿En serio lo que dice?
-¡Serio pue!
-Uy casero… -río- ¿qué pasa con
esa mano? Deme docito para… ¿cuánto? Ah, sí, para dos kilos.
18-02-18