sábado, 28 de enero de 2017

Doctora literatura

-Solórzano…

Levanto la mano. Me han llamado a destiempo. La mañana podría ser mía.

-¿Solórzano Pereyra…?

-Sí.

Arreglo mis cosas. Guardo mis lápices, lapiceros y hojas. No pude dibujar a la enfermera que sufrió un accidente vehicular en agosto, pero por lo menos entablamos una charla entre extraños.  

La doctora me mira, desde lejos.

-Pasa…

Entro a su oficina. Un libro inmenso cubierto de un forro blanco me saluda desde la mesita contigua a la silla desde donde ella me hablará.

-Esguince-lee mi historial-… ¿A ver, camina?

Hago lo que me dice. Voy, vengo, en puntitas, en cuclillas, sentadillas.

-Au.

-¿Qué pasó?

-La rodilla.

-Eso es otra cosa.

Me siento.

-¿Haces deporte?

-Sí. Mucho. Corro.

La doctora empieza a redactar algo. Cuando me dice que ya me puede dar de alta; me siento tranquilo. Pero le hablo del bultito que tengo en el tobillo, bultito que no baja y que a mí me desencaja.

-Va a bajar…

Minutos después le pregunto: ¿Y voy a poder hacer Kung Fu? Me responde que a su debido tiempo sí; cosa de semanas, cosa de ver cómo el pie responde. Lo curioso es cuando me pregunta: ¿Y usted medita?

Lo más curioso es cuando re pregunta, segundos después:

-¿Y el kung fu tiene que ver con la espiritualidad?

A este hombre que siente que pocas cosas le motivan en su vida (hasta que no las ve de manera material), se le encienden determinadas luces. Entonces, me paro y hago unos movimientos para explicarle una postura, una estrategia de vida, aquella que trata de usar la fuerza del oponente a tu favor.

Vuelvo a sentarme. Comenzamos a platicar. Llegamos al tema de los tiempos y nuevamente, irreflexivamente, le cuento que dibujo.

-Es más… aquí tengo mis dibujos.

Saco mi fólder y le muestro mis dibujos de escritores. De Bradbury, de Cela, de Víctor Hugo, de Sienkiewyckz, de Saramago.

-Este es Ricardo Palma-dice  con una sonrisa en referencia al autor de Quo  Vadis?, obra que ha leído. Los dos nos miramos cuando dice ella: ¿A dónde vas? “Dominic”, completo.

Es bueno; es bueno y es lindo. Me señala que el libro que he visto no es la biblia; sino Los hermanos Karamazov, de Dostoievsky. ¿Pueden créelo? De ahí pasamos a hablar de Saramago, del Génesis, de la historia de los judíos, árabes y Jerusalén, de Memorias de Adriano, de Tolstoi y de la cantidad de libros que debemos leer por año; una suerte de 12 por año en su promedio.

“Miércoles… ¿Y los demás pacientes?”, pienso a medida que la conversación se va desarrollando.

-¿Y qué libro me recomienda?-musito.

No me responde. Empieza a hablar de los libros que ha leído.

-Por ejemplo; recuerdo que leí hace poco un libro de la crisis norteamericana… de la crisis de… 1830.

Casi pretendo corregirla. Decirle: “¿Se referirá, doctora, a la década que desencadenó la crisis del 29’ pero en el siglo XX?”, pero me callo. Espero.

-Es un libro que trata sobre la época en que la gente se iba a buscar oro a California pero no encontraba nada, nada-sus ojos me dan drama-. Ir para no encontrar nada. Wau…

Mi mente es un estímulo, un juego de sensibilidad despierta.

-¿Se refiere doctora a Las uvas de la ira, de Steinbeck?

-¡Ese!-me dice con encanto.

No lo he leído, pero lo anoto tiempo después en mi agenda. Alguna vez leí, en medio de un páramo existencial, que lo recomendaba el sacerdote brasileño Frei Betto, aquel que confesaba, si mal no recuerdo, a Fidel Castro; y que lo hacía, la recomendación, como para despertar la sensibilidad de las personas. Cuando llego a casa, bastante rato después, leo que El Comercio está a punto de sacar una nueva colección de textos de los Premios Nobel. Para mi sorpresa feliz no solo está El viejo y el mar, de Hemingway, sino, entre otros tantos (el de Naipul puede llegar a ser una delicia), uno de Steinbeck: Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros. Las cosas funcionan conmigo como impactantes golpes. Así que en este día de coincidencias este año no pasa sin haber tenido buena literatura en mi poder; Steinbeck, Dios me ampare, estará entre los leídos.


-¿Doctora-pregunto finalmente, ya para irme del consultorio- y por qué me pregunta sobre meditación? ¿Usted medita?

La doctora me mira; me responde: “No. No tengo tiempo”.

-¡Además, no me puedo concentrar!


 En la foto: John Steinbeck


28-01-17