A su costado, la vendedora tiene
a una niña. No es su hija. Nos lo permitimos decirlo pues sus facciones en nada
concuerdan. Es inadmisible que la niña sea su hija, por más bien que nos caiga por
la forma en que se las ingenia para vender sus baratijas. Pero no, no es su
hija. La hija, sin desmerecer a la mujer, parece ser hija de otra madre. En
efecto, otra es su madre. ¿Ideas? Basta con que miremos al cielo. Ensaye, usted
mismo, su respuesta.
La niña es hermosa. Y los hombres
nobles pensarían en Valjean y procurarían velar por su futuro. De pronto no nos
hemos vuelto filántropos. Donde está la niña es donde está la hediondez. Basta
mirar por los alrededores: bocinazos, mugre, suciedad, personas que hacen de
jaladores para que un farsante lea el futuro, prostitución, ambulantes que
venden productos de muy mala gana. Un edificio que se cae por el olvido y la
mala praxis es la mejor metáfora del lugar, aunque el hombre drogado con
reticencias en la cara de la otra cuadra compita con, si cabe decir, la
arquitectura. El hombre, de espíritu sucio y amedrentado, pasa por los carros y
los mira desafiante por la droga consumida. Los mira y su cuerpo es como la de
un perro famélico. Arrastra sus pies y lleva la amargura de un demonio. Golpea,
por eso, las paredes de las combis. De él, un hombre gordo dijo, en su defensa:
“Pero no le digas, pues, no le digas feo, por qué le dices feo”. Nuestro
demonio había despedido con un rudo palmetazo a la combi en que viajábamos y el
cobrador, burlón, se reía del condenado.
Es 31 de diciembre y la gente
camina alerta, dinámicamente nerviosa. Hay apuro, porque faltan menos de seis
horas para las doce, y nadie quiere estar en esta tierra de nadie, en este lar
de sospechas y descuido. Pero la niña está ahí y a ella no le importa estar
sentada en un pedazo de cartón. Sus intereses se sitúan en disfrutar el menú
del día –un plato de chifa con salchicha muy roja- y de molestar a la vendedora
de la fiambre. Le hace muecas divertida, y a la aludida no le queda otra que celebrar
la osadía de la pequeña; ella está sola, su hermano, el niñito del corte siempre
a la moda… De él nada sabemos.
De pronto la niña se para,
abandona su cartón, y va donde quien sí parece ser su pariente por la familiar
manera en que la trata. Aunque hosco, da cariño. Un hombre gordo, de barba
árida y de bastón, la cuida con sus grandes dedos y, mientras tanto, mira
hoscamente a la gente y los trabajadores del transporte.
-Colonial, Colonial-grita con su
vozarrón agrietado y disconforme. La niña juega con sus dedos, intenta
doblarlos. Los sostiene y, como un péndulo, se va hacia atrás. Todo su cabello
se vuelve una manta al aire.
Y en vez de peinarle el cabello
las nubes, manos menos preparadas peinan su larga cabellera de color castaño.
Pero de eso no cabe importancia, porque las hebras se las arreglan para lucir
hermosas, libertas como la misma niña. Ella luce un polo amarillo, quizá por la
ocasión, y después de cansarse de jugar con los dedos del abuelo - llamaremos
desde ahora así, al viejo jalador de combis-, regresa a esperar Dios sabe qué.
A su costado, la señora intenta vender navajas, canguros, correas y monederos;
la niña dejó de ver aquella mercadería, ahora monótona. En su lugar, fastidia a
la vendedora de comida y ríe por sus reacciones. Es hermosa, pura.
La combi parte y el abuelo tiene
en su poder unas cuantas monedas más. Su ropa, aunque apropiada, ya está sucia
por el humo de los autos y las condiciones del trabajo. Se lleva las manos a
los bolsillos y su rostro sigue serio, enojado, amaestrado por la calle feroz.
De pronto mira a la niña, echada ahora en el cartón, piensa en salir del
trabajo pronto, y en las 12, en el barrio, la comida y los cohetes. Se ve
bailando. A eso le sucede la resaca, el desgaste, el largo sueño; es primero… y
al mencionarse él mismo esa fecha se le
va diluyendo el transparente buen ánimo: la niña, ¿es ese el lugar de una niña
como la suya?
Un bocinazo le despierta, los
gritos del demonio de la calle, los sonidos mecánicos del reggaetón, la agitada
muchedumbre que hoy solo quiere vacilar. Abuelo, abuelo. El abuelo mira a la
niña dormir.
Foto: Gauna Antonela
02-01-15