viernes, 1 de enero de 2016

Un lugar para la niña



A su costado, la vendedora tiene a una niña. No es su hija. Nos lo permitimos decirlo pues sus facciones en nada concuerdan. Es inadmisible que la niña sea su hija, por más bien que nos caiga por la forma en que se las ingenia para vender sus baratijas. Pero no, no es su hija. La hija, sin desmerecer a la mujer, parece ser hija de otra madre. En efecto, otra es su madre. ¿Ideas? Basta con que miremos al cielo. Ensaye, usted mismo, su respuesta.

La niña es hermosa. Y los hombres nobles pensarían en Valjean y procurarían velar por su futuro. De pronto no nos hemos vuelto filántropos. Donde está la niña es donde está la hediondez. Basta mirar por los alrededores: bocinazos, mugre, suciedad, personas que hacen de jaladores para que un farsante lea el futuro, prostitución, ambulantes que venden productos de muy mala gana. Un edificio que se cae por el olvido y la mala praxis es la mejor metáfora del lugar, aunque el hombre drogado con reticencias en la cara de la otra cuadra compita con, si cabe decir, la arquitectura. El hombre, de espíritu sucio y amedrentado, pasa por los carros y los mira desafiante por la droga consumida. Los mira y su cuerpo es como la de un perro famélico. Arrastra sus pies y lleva la amargura de un demonio. Golpea, por eso, las paredes de las combis. De él, un hombre gordo dijo, en su defensa: “Pero no le digas, pues, no le digas feo, por qué le dices feo”. Nuestro demonio había despedido con un rudo palmetazo a la combi en que viajábamos y el cobrador, burlón, se reía del condenado.

Es 31 de diciembre y la gente camina alerta, dinámicamente nerviosa. Hay apuro, porque faltan menos de seis horas para las doce, y nadie quiere estar en esta tierra de nadie, en este lar de sospechas y descuido. Pero la niña está ahí y a ella no le importa estar sentada en un pedazo de cartón. Sus intereses se sitúan en disfrutar el menú del día –un plato de chifa con salchicha muy roja- y de molestar a la vendedora de la fiambre. Le hace muecas divertida, y a la aludida no le queda otra que celebrar la osadía de la pequeña; ella está sola, su hermano, el niñito del corte siempre a la moda… De él nada sabemos.

De pronto la niña se para, abandona su cartón, y va donde quien sí parece ser su pariente por la familiar manera en que la trata. Aunque hosco, da cariño. Un hombre gordo, de barba árida y de bastón, la cuida con sus grandes dedos y, mientras tanto, mira hoscamente a la gente y los trabajadores del transporte.

-Colonial, Colonial-grita con su vozarrón agrietado y disconforme. La niña juega con sus dedos, intenta doblarlos. Los sostiene y, como un péndulo, se va hacia atrás. Todo su cabello se vuelve una manta al aire.

Y en vez de peinarle el cabello las nubes, manos menos preparadas peinan su larga cabellera de color castaño. Pero de eso no cabe importancia, porque las hebras se las arreglan para lucir hermosas, libertas como la misma niña. Ella luce un polo amarillo, quizá por la ocasión, y después de cansarse de jugar con los dedos del abuelo - llamaremos desde ahora así, al viejo jalador de combis-, regresa a esperar Dios sabe qué. A su costado, la señora intenta vender navajas, canguros, correas y monederos; la niña dejó de ver aquella mercadería, ahora monótona. En su lugar, fastidia a la vendedora de comida y ríe por sus reacciones. Es hermosa, pura.

La combi parte y el abuelo tiene en su poder unas cuantas monedas más. Su ropa, aunque apropiada, ya está sucia por el humo de los autos y las condiciones del trabajo. Se lleva las manos a los bolsillos y su rostro sigue serio, enojado, amaestrado por la calle feroz. De pronto mira a la niña, echada ahora en el cartón, piensa en salir del trabajo pronto, y en las 12, en el barrio, la comida y los cohetes. Se ve bailando. A eso le sucede la resaca, el desgaste, el largo sueño; es primero… y al mencionarse él mismo esa fecha  se le va diluyendo el transparente buen ánimo: la niña, ¿es ese el lugar de una niña como la suya?

Un bocinazo le despierta, los gritos del demonio de la calle, los sonidos mecánicos del reggaetón, la agitada muchedumbre que hoy solo quiere vacilar. Abuelo, abuelo. El abuelo mira a la niña dormir.

Foto: Gauna Antonela

02-01-15