lunes, 21 de diciembre de 2015

Recordar después de dos meses: yoga, cocina y cine, Miller y El Flaco de siempre

Es el diez de octubre. Puede ser cualquier hora. Yo estoy en Vilcashuamán, una provincia de Ayacucho. Podría decir que me he perdido en el pueblo, como también decir que espero a la sombra de una pared blanca. Lo mismo vale que mencione que beba junto a campesinos como que describa las excelsas estrellas que solo en este lar se pueden ver. Habrá ocasión. Hoy día no he leído el periódico y no es tampoco necesario que lo haga. Deben de pasar más de dos meses para que pueda ver lo que se escribió en ese sábado de octubre.

Yoga, pero pal’ pueblo

Gabriela Machuca, de Somos, escribe una interesante crónica de la difusión de yoga que realiza Omar Ananías, un maestro de esta disciplina oriental que acerca la práctica a reos, adolescentes ultrajadas y jóvenes con problemas de aprendizaje. El yoga equilibra el cuerpo, la mente y el alma; aspira a que disfrutemos el momento (mas no, creo, que se disfrute a la manera emprendedurista del limeño de hoy) y para esto vuelca todo un bagaje teórico de siglos de maduración. Asanas o namaste son palabras que por sí solas evocan tranquilidad, como si fueran un soplo muy ligero al oído. Es como si oyéramos la poesía de Tagore.

Qué interesante es este artículo, pues con él sabemos que la labor de Ananías es una práctica institucionalizada de la Asociación Peruana de Permacultura que, entre otras cosas, difunde un actuar basado en la ecología humana. Realmente suscribible. Ya lo dice Ananías al recoger los sentimientos de las personas marginadas de la sociedad al tener contacto con sus, en ocasiones, imposibles posturas: ¡Queremos más! Del yoga y de toda la filosofía –de contemplación y de sabiduría- se entiende.

Cine y cocina

Ignacio Medina, el español que por partida doble publica sus comentarios gastronómicos en El Comercio, decide quedarse en casa. Busca alguna película, enciende la pantalla y el mueble y la trama se apoderan de él. Películas como El festín de Babette, Comer, beber, amar (Eat, Drink, Man Woman), Ratatouille, Como agua para chocolate y Le Grande Bouffe son recordadas por el crítico gastronómico, en especial la primera de ellas, grabada hace 28 años en Dinamarca y que recuerda lo que es verdaderamente traer a la mesa un festín digno de la mesa del padre mortal de Heracles: Anfitrión. Opulencia, sibaritas, comida exquisita. Como para tomar apuntes, cosa que hace este articulista, chapar el carro, irse a Polvos y adquirirlas, disfrutarlas y socializarlas todas. También como para echarle una ojeada a la comida nacional, no a la que quiera la Marca Perú, sino a la cocina de nuestras abuelas, abuelos, madres y padres. La que se cocina con tradición y autenticidad.

Enamorar a la rosa

¿Quién pudo hacerlo? Arthur Miller, dramaturgo y novelista norteamericano que se casó con Marilyn Monroe, la bomba sexy rubia, a la que ella llamaba “papá”. Muy ilustrativa la semblanza que realiza Enrique Sánchez Hernani de este escritor. Sobre todo cuando toca su pasado como hombre de izquierdas en tiempos de la casa de brujas del repetible senador McCarthy. Si bien no se consideró como comunista, sí se liga al marxismo (“aunque luego lo recusaría”). Una anécdota nos acompañará hasta el final de los días: en esa puja ética y política que fue la persecución de personas ligadas al ala comunista del mundo, el realizador Elia Kazan, que hacía de la obra de Miller viva imagen, habló. Miller le quitaría la palabra por años. Mención aparte para la azarosa relación con la rubia Monroe, a la que su inseguridad terminaría por agobiar al escritor y, posteriormente, la abandonaría, aunque Monroe tampoco sería una perla.

Consultados por el periodista, Miguel Rubio, de Yuyachkani, dice: “A mediados del siglo pasado, en Latinoamérica, el teatro empezó a plantearse con fuerza la posibilidad de un pensamiento propio, y de hecho se dio así, a través de influencias de autores como Arthur Miller, cuya noción del pensamiento crítico a través del teatro nos devuelve como un espejo para mirar nuestro contexto y nuestra realidad. Alonso Alegría, dramaturgo, hace lo propio: “Las obras de Arthur Miller reúnen tres virtudes que rara vez aparecen juntas: un fuerte compromiso político y social, una exigente conciencia moral y una ejemplar perfección artística. En la muerte de un viajante, Miller supo delinear situaciones límite cotidianas con tanta destreza como compromiso y corazón. Resumió emociones extremas con frases tan certeras y parcas que se han vuelto parte del idioma inglés. Finalmente, Ísola habla de la trascendencia de las obras de Miller, de su contundencia y fuerza dramáticas únicas. Sitúa al narrador al lado de Brecht y Samuel Beckett, como uno de los más grandes del siglo XX.

¿Y por qué escribo?

El primero de noviembre el mismo periodista, Sánchez Hernani, publicó un artículo sobre la efeméride noventa del desaparecido escritor Sebastián Salazar Bondy. Anteriormente publicamos una larga descripción sobre él, pero es menester insistir en la labor de este titán de la cultura peruana. Multifacético y prolífico escritor, estuvo ampliamente comprometido con el arte y con la política. Hugo Neira dice al respecto de Sebastián: “ligaba escritores con escritores. A estos, con la política nacional. Y a las ideologías con la cultura”. Ese carácter de su personalidad lo llevaría a ser fundador del Movimiento Social Progresista para las elecciones de 1962. Tentó una curul sin fortuna.

Plácido en el mar, bebedor de la fuente de la poesía, Salazar Bondy no ocultaba su indignación por las miserias de su patria. “Alguna vez lo vi llorar”, confiesa la viuda del sensible intelectual. En otra ocasión, al ir Nicomedes y Victoria Santa Cruz a su casa para una cena, quien ayudaba en casa se negó a servirles comida. “Cómo les voy a servir si son negros como yo”, le dijo al “Flaco”. El impasse fue superado por el propio Salazar Bondy: él se encargó de servir la mesa.

Me despido con las palabras de Mario Vargas Llosa, extraídas de una columna de un gran conocedor del intelectual de aguileña nariz, Alejandro Susti: “¿Quién de mi generación se atrevería a negar lo estimulante, lo decisivo que fue para nosotros el ejemplo centelleante de Sebastián? ¿Cuántos nos atrevimos a intentar ser escritores gracias a su poderoso contagio?”. Las encomiables palabras tenían bastante asidero: según cálculos del estudioso francés Gérald Hirschhorn, Salazar Bondy publicó en vida (1924-1965) cerca de 2.231 artículos periodísticos (500 de ellos dedicados a la crítica literaria).


(En la foto: un serio Monroe parece proteger a la insospechable Monroe)
Fuente: Pinterest

21-12-15